18.2.09

Inodora, incolora e insípida: ya no hay agua en el río Santiago

MARIO EDGAR LÓPEZ RAMÍREZ

Foto: La sociedad exige respuestas en torno al caso del niño Miguel Angel López Rocha
Lupa
La sociedad exige respuestas en torno al caso del niño Miguel Angel López Rocha Foto: ARTURO CAMPOS CEDILLO

A un año de la muerte de Miguel Angel López Rocha

¿Es agua lo que corre por el cauce del río Santiago? La pregunta en sí misma parecería ir contra toda lógica, ya que en un río lo que existe, lo que hay, es agua. Pero, tal como nos lo han enseñado desde la primaria, las características básicas del agua son las siguientes: es inodora, incolora e insípida. Así es el agua, ese líquido extraordinario que permite la vida. Pero ninguna de estas condiciones se cumple en el río Santiago. Basta el sentido común y unos minutos de estancia en la cascada que divide las cabeceras de Juanacatlán y El Salto para darse cuenta de esto. El líquido que corre por el torrente del río huele fuertemente a putrefacción, a huevo podrido, síntoma característico de la presencia del ácido sulfhídrico en grandes cantidades. Pero el coctel de olores no termina ahí: se identifican también el miasma de los desechos orgánicos que envía gran parte de la Zona Metropolitana de Guadalajara y la fetidez metálica de algunos otros compuestos químicos, los cuales son desechados por las más de 200 empresas que se ubican sobre el corredor industrial (no hay datos oficiales concretos para identificar cuáles empresas tratan el agua antes de descargarla al cauce). Este olor se mantiene constante, continuo, de día y de noche; pero es más fuerte en la madrugada y al caer la tarde, sobre todo cuando se abre el cárcamo, expulsando sus bocanadas de heces: la defecación que la ciudad lanza en forma de diarrea violenta, para enseñarle al río que lo único que de él se valora es su poder de arrastre.

El aire transporta esos olores insoportables a cientos de metros a la redonda y se convoca rápidamente a las náuseas, al mareo y a los dolores de cabeza, males comunes que padecen quienes viven en su ribera, síntomas y advertencias de la enfermedad, de la falta de bienestar, pero también del miedo. Un hombre del lugar refiere: “Una noche me levanté con el corazón latiendo acelerado, me despertó un olor extraño que causaba la sensación de sofocamiento en mi cuarto, lo primero que pensé fue ¿a dónde corro, cómo me salgo de aquí, qué hago?, pero me di cuenta que no tenía dónde correr, pues lo peor de ese olor en realidad estaba afuera, no tenía ninguna salida, me quedé inmóvil oyendo cómo me golpeaba el pulso, por fin, después de un rato, se fue el olor”. Por eso nadie duerme en paz. Nadie se levanta en paz cerca de ese río fétido. ¿Por qué está usted enferma de cáncer?, se le pregunta a una de las pobladoras (una de los cientos de casos que se registran) “yo no sé de medicina, pero estoy segura que es por el río, nada que sea bueno para la salud huele de esa forma”; aunque arriba de la entrevistada hay un cartel que le recuerda: según las instancias oficiales, el río Santiago se encuentra bajo los estándares ambientales que marcan las normas.

Tal parece que es cierto: ya no hay agua en el Santiago. Quizá sólo hay litio, mercurio, arsénico y plomo. Todos metales pesados. Todos productores de pigmentación, de matiz, de tono: nada de transparencia prístina, ningún rastro de incoloridad. Sobre la superficie de ese líquido innombrable que corre prácticamente por todo el río, hay una capa grasosa de tonalidad blanca: pasta derretida, sebo flotante, aceite. Pero específicamente en la cascada de El Salto los colores se suceden en tornasol: “he visto tonos rojos, azules, verdes y grises”; señala otro testigo, “también hay amarillos, pero la espuma que vuela sobre el pueblo y que produce inmediatamente manchas y picazón al caer sobre la piel, esa siempre es blanca, como la espuma del jabón”. Son estos los colores que anuncian la leucemia, la insuficiencia renal crónica, las deformaciones congénitas, la hepatitis, la dermatitis, la conjuntivitis y el mal de Parkinson: “tengo cuatro hijos con tumores en el cerebro”; “en el espacio de un año mi esposo y mis dos hijos murieron de cáncer”; “yo ya sólo estoy aquí, sentado, esperando la muerte”. Y lo más doloroso, lo que más afecta, lo que más golpea los sentidos: “mira mamá, ya no estés triste, ya están limpiando el río, mira como se ve de blanca la espuma”.

La nota final. El agua es insípida. Quizá el sabor del líquido que corre por el río Santiago sólo lo sepan los perros, que rondan la ribera en las horas de sed, llenos de tumoraciones terribles o defecando sangre; o las vacas que se pudren vivas, vomitando bocanadas de pus antes de morirse por haber degustado el sabor del río. Los peces, otros que serían testigos confiables, hace mucho que no existen. Pero siempre habrá hombres de negocio valientes, que quieran aún probar un buche de agua, para demostrar lo equivocado que están todos los que piensan que el río está contaminado. Un buche de agua; de esa que en el río Santiago ya no existe.

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