31.1.11

Una década sin Mike Laure

Nació en El Salto, Jalisco, en 1937 y murió en el Distrito Federal en el invierno del 2000. Aunque se nos fue sin pagar, sus grabaciones siguen llevando ritmo chunchaca a bodas, bautizos, transporte público y moteles de paso. ¡Aaay, mi Mazatlán!
Buzz u 2011-01-31•El Ángel Exterminador
Ilusitración: Waldo

Mike Laure es el Bob Marley jalisciense,
con ese swing es capaz hasta de hacer bailar
una piedra.
San Lalo Blues,
poeta y ociólogo

La canción entra por los oídos y provoca diversas reacciones en el alma. El tango invita a un elegante azote, el jazz se va a patinar en hielo y cierta clase de ska lleva a recorrer la rutina en patineta. La música de Mike Laure, esa zona de la cumbia que prácticamente él solito inventó, provoca sonreír y bailar sin pretensiones.

¿Cómo es que un bato que nació más pobre que una rata, cuyo padre alcohólico y golpeador no pudo más que darle una rama de árbol como primer instrumento musical y que asistió a la escuela sin zapatos, pudo sacudirse tanta calamidad para crear tan personal revolcón sonoro cuya máxima virtud es la de poner de buenas a quien se cruza en su camino?

Apenas pretendiera balbucear, Laure se vio obligado a vender chicles o pan y a entrarle a la pizca, para mal comer. La gran disyuntiva de su existencia se presentó a los ocho años, cuando tuvo su primer y quizás único regalo: una guitarra de madera con todo y cuerdas. A partir de entonces cambió la venta de chicles por el trueque de complacencias.

Sin llegar a puberto, Mike —decíamos que de El Salto, cerca del Lago de Chapala— atracó en esa ribera, siendo el chalán de los hermanos Ocampo, que amenizaban las noches en el hotel Montecarlo, su primer asignación en el chou bisnes.

Y aunque como instrumentista le sobraban virtudes (sin mucho esfuerzo ya tocaba el bajo y la batería), Mike tenía un don: su voz, quizás poco virtuosa, aunque sí muy grata y pegajosa. Su nulo punch inicial en Jalisco lo llevó a la ruta del mojado musical que en Laredo, Texas, vivió de interpretar rumba y chachachá. Regresó a México convertido en todo un pocho tras haber mamado del rock, el swing y el agogó. De Bill Halley, su primer héroe musical, tomó la idea de hacer sus propios Cometas.

Al despuntar los sesenta Laure quiso ser rockero como todo músico joven, pero una segunda opción venida del sur le sugirió que los vientos de prosperidad para su causa soplaban desde la cumbia colombiana. Su grupo se transformó así en el primer combo que mezclaba folclor continental con rock. Acababa de nacer El rey del trópico y la gran inspiración de Rigo Tovar, del Acapulco Tropical y de las ochocientas noventa y tres agrupaciones que vinieron después.

Su segundo intento en Chapala, ahora en el restaurante Beer Garden, fue diametralmente opuesto: ahí sonaron por vez primera las eternas “Tiburón, tiburón” y “Mazatlán”. El albur muy urbano de Chava Flores acababa de hallar su resonancia en Mike Laure, quien arropado por el leve oleaje chapalense transformó el chucuchú colombiano en chunchaca jalisciense. Muy pronto el DF, con sus grandes pistas de cabaret, programas de radio y televisión y salones de baile, lo reclamaría.

Con el éxito, y como todo buen roc-kero, llegó también la vida disipada. En su auto nunca faltó vino a granel, que mezclado con estrés y desvelos le provocó ese tumor en el cerebro que, pese a desaparecer con quimioterapias, fue su luz naranja no atendida. Ya en la briaga diaria, los compromisos se olvidaban y las demandas aparecían. En más de una ocasión Mike salió al escenario como boxeador a punto del knock out. La niñez no vivida llegaba tarde e inoportuna a truncar una carrera que pudo dar para más.

Laure refrescó a la cumbia y le heredó un beat permanente como de interminable rave tropical: “Aaay primo Nacho, quiero amanecer allá por Chapala, quiero amanecer, con las chamacas bailando, quiero amanecer con mis amigos parrandeando…”. La misma lógica de Ibiza, pero en lugar de tachas, ron y paletas Tutsi, birria tatemada.

Aún tuvo tiempo de girar por EU y Latinoamérica, y le alcanzó para una apoteósica presentación en la plaza de toros de Guadalajara, con muertos y heridos. El final de su vida lo pasó en una cama por una hemiplejía que le deterioró el habla y el lado izquierdo del cuerpo.

Paradójico final para quien concibió 76 grabaciones de entrañables himnos a la alegría y el reventón. ¿Le habrá dedicado al destino y no a una musa el coro de “Cada vez que pienso en ti”? “Me cago en el año viejo, me cago en el año nuevo, me cago en el arbolito y me cago en ti”.

Juan Alberto Vázquez

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